martes, 28 de agosto de 2007

Luz en la plaza

Luz en la plaza

"Soy vecino de este mundo por un rato
y hoy coincide que también tú estás aquí
coincidencias tan extrañas de la vida
tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio...
y coincidir"
Alberto Escobar


La vida es un laberinto lleno de sorpresas y trampas… rincones con y sin sentido. Así la interpretaba Luz Andrade sentada en el banco de la concurrida plaza céntrica, teñida del clásico dorado otoñal. Mientras los desconocidos pasaban a su alrededor, los miraba sin verlos, sumida en inesperados recuerdos e interrogantes.
Pensó otra vez en la noche anterior. En momentos como ese, ansiaba creer en Dios, para tener fe en que una fuerza superior cambiaría su vida. No la tenía y por eso dejaba que su pensamiento volara alto cuando necesitaba explicaciones.
Dejó de lado el laberinto y aunque el sol brillaba fuerte, condujo su ojo interior a una noche estrellada. Recordó una playa vacía donde cuatro ojos miraban el oscuro cielo estrellado y se preguntaban por su lugar en la galaxia. También el Universo se le aparecía como un laberinto demasiado grande e inexpugnable. No sabía cuanto tiempo iba a llevar ese momento grabado, pero aunque luchara contra él, siempre volvía.
La hora del almuerzo se pasaba sin que el apetito apareciera. Una bocina la sacó brevemente de sus reflexiones, pero sin querer volvió a concentrarse.
La vida, esa que a veces parece insoportable, sí es un laberinto. Pero es posible tener momentos de felicidad en ella. Instantes que pueden durar días, semanas, meses o años, en las que hombres y mujeres pueden sentirse dueños de su destino, capaces de conocer la salida a los momentos más especiales y plenos.
Esta vez, Luz no estaba triste ni agobiada. Disfrutaba de la vida que le había tocado. Exploraba una y otra vez los rincones de su laberinto porque había asumido por fin, que estaba destinada a recorrerlos sola.
Apoyó la cabeza en el respaldo del banco. Elevó sus ojos cerrados al sol y dejó que la luz del astro rey la confortara. Sonrió sin darse cuenta, con una especie de intuición superior.
Cuando el resplandor se fue, interceptada por un cuerpo joven y menudo, que llegó sin hacer ruido y se quedó parado frente a ella, Luz abrió los ojos y se encontró con una sonrisa franca, pícara e inocente a la vez. Con una mueca de sorpresa y satisfacción ella le respondió. Por primera vez, coincidieron por su propia voluntad.